sábado, 7 de marzo de 2009

YES! DANCING!



Angustiada por haber dejado vencer tantos cupones de cine con un devaluado descuento, me metí a ver la única película que en ese horario y día me tentaba.

Jim Carrey, quién ha entrado en mi escalafón de cuarentones deseables, me aseguraba por lo menos algún gesto o movimiento digno de mi risa.
Yes Man es la historia de Carl Allen, un tipo que por estar solo no tiene problema en negarse a todo lo que no quiere hacer -que es todo- pero por cosas que pasan experimenta el poder del SI y su vida hollywoodensemente cambia.

Sacando el slow motion de Carl o más bien de Jim haciendo puenting, o la chica con onda que se enamora de él, o la adrenalina en una instable motico, la película muestra que cuando estas solo te acomodas tanto a hacer sólo lo que quieres que sin darte cuenta entierras constantemente personajes y situaciones que merecían algo más de vida.


Salí con el propósito de aplicarle el Yes Man a la próxima indeseable invitación que recibiera. Y la recibí con todos los ingredientes necesarios para ser la prueba piloto de mi nuevo entretenimiento: Sara me invitó a bailar salsa.

Crecí bailando salsa, merengue, vallenato y todos los descendientes que estos puedan tener, el quiebre de cadera es natural en mí pero en este caso era producido por una música que no elijo para nada, ni para oír, ni para comprar, ni para aprender, ni para bailar, iba a tener que persuadir a mi cuerpo...

En un subsuelo porteño atiborrado de hembras con ganas de ser apretadas por un cubano grandote -me incluyo- recibimos clase por dos horas. La primera fué divertida a pesar de la hipertermia que experimentamos, pero para la segunda nos dividieron en principiantes y avanzados jerarquizando el asunto. Avalada por mi sangre caribeña me uní a los capos, pero salí disparada a los 10 minutos pues su goce se basaba en una seguidilla de pasos coreografiados y aburridos. Antes que unirme a los principiantes defraudando mi estirpe, me fuí con una helada cerveza a un estratégico sillón y me regalé el espacio para enfocar personajes inusuales a mi entorno, ver su comportamiento, dejarlos entrar por un rato en mi historia.

La clase terminó y la sacada a bailar empezó y recordé lo diferente que es bailar en un matrimonio acompañando la celebración a hacerlo en un sitio como única opción. Mi Shakiresco pelo me jugó en contra porque empecé a pasar de uno a otro casi sin descanso obligándome a volver a mi NO de siempre.

Con la música no puedo fingir, mi cuerpo me permitió la primera hora de clase recordando viejas épocas y divirtiéndome por lo bizarro de la situación, pero se rehusó a prestarse a más abrazos de húmedos desconocidos.
Un veinteañero con el que compartíamos la curiosidad fue el acreedor de mi número.


Uhh me extendí, esta BREVE introducción desembocaba en el concierto de Manu Chao de esta semana, que resumiendo me regaló una de las mejores noches de mi vida en la que baile plácidamente por más de tres horas.

Mis entrañas no me defraudan a la hora de reconocer un auténtico YES.