viernes, 20 de junio de 2008

UN PRESAGIO IGNORADO


Cierro la llave, corro la cortina y en vez de ver a Norman Bates con peluca acuchillándome, veo el toallero triste y desamparado.
Era la misma escena que en algún momento se había visualizado en mi cabeza.

El frío me taladra cada poro y la sola sensación de salir en mi impura desnudez, abrir la puerta del vaporoso baño, atravesar la cocina y llegar hasta las cuerdas por la toalla me destempla las entrañas.

Una de mis estrictas fobias había provocado esta patética situación, pero como los valientes tomé coraje y me enfrenté al castigo que mi memoria me restregaba en la cara.

Tuvo de bueno que no caí desmayada en la mitad de la cocina –imagen que hubiera resultado indigna para quien me encontrara 4 días después inerte por la hipotermia-, y también que me aseguraré eternamente que ese flaco toallero no permanezca solitario.
La citada fobia tendrá que buscarse otro hogar.


El resto del día hace parte del pasado borrable.