Los 33 kilos que poseyeron mi maleta no sólo le pesaron a ella por hacer evidente su gordura, también le pesaron a mi cuadrada billetera y sobretodo a los 30 años de guardada historia que nuevamente se manifestó.
Dos cajas eran mis últimos vestigios. Una era una delicia llena de libros que por su natural gravedad había sido dejada para el final, y la otra un deleite de recuerdos que venía jugándosela en la línea del hombro o de la basura.
Se fueron a la zorra* de un reciclador rollos de fotos con posibles duplicados, campañas de la universidad cuando la ingenuidad de la Publicidad como arte de vender ideas era una realidad, se fue mala creatividad y también buena, se fueron avisos hechos con primíparo uso de la compu pero con los dedos libres de pegante y algunas horas más de sueño, se fueron anillos, aros y demás accesorios oxidados de los 90’s.
Se vinieron a tierras porteñas los pendientes de la abuela, las fotos que cuentan algo, unos cuadros y los libros que vale releer… además de muchos kilos de café, tantos que desperté sospecha –o emoción- en la policía aeroportuaria obligándome a darle un respiro a mi chancha maleta para que un perro husmeara sus vísceras.
La historia pesa, por qué intento ignorar la mía si siempre que se manifiesta me sorprende gratamente?
*zorra: m. Medio de transporte primitivo y cruel, conformado por un escuálido caballo que arrastra un remolque poseedor de todos los kilos que su conductor tenga ganas de recoger.